El orden mundial podría estar cambiando. ¿O sería más correcto afirmar que Donald Trump y Vladimir Putin están empeñados en que vuelva a parecerse al de hace cincuenta años, cuando los Estados Unidos y Rusia -la entonces URSS- eran las indiscutidas potencias mundiales? Quizás sea la nostalgia del poder de aquellos tiempos la que ha situado a ambos mandatarios en la ruta para recuperar ese lugar privilegiado, aunque sea a través de acuerdos bilaterales bajo la excusa de estar negociando la paz en la guerra de Ucrania.
El exministro de Asuntos Exteriores ruso, Andrei Kozirfev, no oculta este deseo del dignatario ruso, al afirmar que “para Putin, la Guerra Fría y sus objetivos nunca finalizaron: subvertir la OTAN, separar a los Estados Unidos de Europa y dominar Europa del Este”.
Las medidas de calado internacional que ambos líderes están adoptando tienden a converger en esos objetivos: un Trump empeñado en reducir las importaciones de productos procedentes de Europa y China; un Putin con el claro propósito de anexar territorios a la fuerza.
Y Europa, mientras tanto, observa los toros desde la barrera. Un comportamiento que, de una u otra forma, ha venido repitiéndose en los conflictos que afectan a nuestro territorio, esperando siempre al hermano norteamericano, al Tío Sam, para que, desde su compromiso con los países que conforman la OTAN, venga a sacarnos del entuerto. Esta pasividad es consecuencia de la falta de entendimiento y de intereses comunes entre los países de la Unión Europea, evidenciada en la cumbre de París convocada por el presidente francés, aunque con Francia y Reino Unido determinados a aumentar la ayuda a Ucrania tras la reunión de este pasado fin de semana en Londres.
Sin embargo, parece que se aproxima el momento en que esto podría cambiar. Al menos, da la sensación de que Donald Trump se ha cansado de esta dinámica. Es el mensaje que ha estado lanzando al mundo de manera reiterada en estas últimas semanas, apoyado en datos, magnitudes y estadísticas infladas o retocadas, pero que transportan un mensaje claro: si los norteamericanos somos los que más hemos apoyado a Ucrania, no queremos que los acuerdos que rodeen y conduzcan a la paz nos dejen de lado; algo debemos obtener a cambio.
Trump, además de señalar con dedo acusatorio a Volodimir Zelensky, ha marcado como objetivo económico la explotación de las llamadas tierras raras ucranianas, que albergan un grupo de elementos químicos esenciales para la producción de baterías, imanes, turbinas eólicas y equipos militares, fundamentales en la industria actual. Aunque no son escasos en la naturaleza, su extracción y procesamiento son complejos y costosos. Con ello, Donald Trump pretende compensar el desequilibrio a favor de China en el mercado global de estos minerales, donde este país controla más del 90% de la capacidad de refinación.
Frente a todo esto, China se mantiene discreta y aparentemente en un segundo plano, observando una representación que apenas comienza, en la que se presentan los roles de los protagonistas y la trama, sin haber entrado aún en su fase de desarrollo. China ya ha elegido el desenlace que más le conviene, pero mientras tanto, estudia alternativas que le aseguren importantes réditos, como suele ser habitual.
En este complejo escenario, dibujado a grandes rasgos, son muchas las empresas que están pendientes de la evolución casi diaria de los acontecimientos, ya que de ellos dependerá en gran medida el mantenimiento de sus actividades cuando estas afectan a una o varias de las jurisdicciones involucradas.
Esto puede darse tanto por el establecimiento o incremento de aranceles a la exportación de sus productos a Estados Unidos como por la presencia o desarrollo de actividades en alguno de los países que podrían verse afectados por los acuerdos de paz.
Estas compañías aún están a tiempo de realizar un análisis y una definición de los nuevos escenarios que dichas medidas podrían generar, evaluando el grado de afectación según las particularidades de cada una de ellas. De este modo, podrán determinar en qué medida sus actividades o los beneficios derivados de estas podrían verse comprometidos, así como explorar las alternativas, tanto económicas como jurídicas, disponibles para mitigar dichas repercusiones.
Para alcanzar conclusiones efectivas y diseñar estrategias al corto, medio y largo plazo, es imprescindible conocer la situación del país o la región económica en la que operan las empresas afectadas, así como los riesgos a los que se enfrentan debido a decisiones y medidas que, en un mundo globalizado, tienen repercusiones casi inmediatas, incluso cuando se adoptan en escenarios aparentemente lejanos y sus actores no parecen tener influencia directa en el desenlace de los acontecimientos.
Ello requerirá la creación de equipos multidisciplinares compuestos por asesores conocedores de la normativa aplicable en cada una de las jurisdicciones donde operan las empresas, actuando como auténticos asesores de confianza del empresario. Estos asesores deberán ser aquellos con quienes se puedan compartir decisiones estratégicas, lo que exige también un profundo conocimiento de la empresa, su filosofía y sus objetivos e intereses. Y, sí, con la necesaria capacidad de adaptación a un entorno que en gran medida no dominan y que es cambiante día a día.
Por Manuel J. Martín, socio de act legal Spain y experto en asesoramiento a multinacionales.
Este artículo fue publicado en Vozpópuli.