Los grupos de WhatsApp. ¡Ay benditos grupos! Cuantas alegrías, disgustos y dolores de cabeza nos han traído. Quizás hay un lugar especial en el infierno para su creador (o en el cielo, no lo sabemos). Depende del lado que estés de la barrera es más o menos divertido. En este caso, indirectamente, me ha tocado estar, en el centro de la polémica sin, permítaseme la expresión, comerlo ni beberlo.

Tampoco lo vi venir.

En este grupo en concreto salió EL tema: los “incómodos” juicios, los reales, con toga.

Allí se habló cómo una compañera de grupo vivió en sala una situación increíblemente desagradable donde el futuro de su organización, entendido como paz societaria, estaba en juego.

En estos solemnes actos algunos compañeros utilizan armas no jurídicas para desprestigiar al contrario y, con ello de paso, también a la profesión.

Cuando un profano se enfrenta en primera persona a esta situación y le toca vivir una degradación de la verdad se sorprende de la impunidad que parece se esconde tras la mentira. Los no profanos, también nos sorprendemos.

Abierto el debate, hubo algunas opiniones que consideran que el infierno no está reservado para los creadores de grupos de WhatsApp, sino para los abogados.

Tanto es así, que se acusó al gremio de cursar asignaturas como la mentira y la alta traición. También hubo muchos compañeros que salieron en defensa de la profesión, afortunadamente.

En aquel momento, no me pareció apropiado hacer un alegato sobre la abogacía, sobre todo, porque no iba de eso. Iba de apoyar a una compañera en un momento difícil y hay que saber cuando dar un paso atrás, para no distraer. Ello no ha sido óbice para, ahora, defender una profesión que adoro y que vivo con pasión.

Quiero decir que la mentira no es lo que vivo, ni lo que conozco del resto de mis compañeros que sufren (y sufrimos) por nuestros clientes y con la injusticia.

Somos una profesión poco entendida

Muchos, casi una inmensa mayoría, ya hemos hecho del “no todo vale” una bandera que enarbolamos con orgullo. Celebramos las victorias de clientes como propias y muchísimas veces hemos sacrificado nuestros días y horas por acompañar en momentos únicos en la vida de alguien.

Somos una profesión poco entendida. No hay horarios, porque los problemas y necesidades de nuestros clientes no los tienen: los plazos no conocen de vacaciones, planes o comidas familiares.

La responsabilidad que sientes de que tus decisiones tienen un impacto real, directo e inmediato en empresas es opresora. Si una operación no sale puede haber un concurso o despidos. Del resultado de un procedimiento depende el trabajo de una persona.

Los abogados, sobre todo en juicios, sentimos el peso de la justicia y disfrutamos cuando estamos en el lado correcto de la fuerza, no es una cuestión de razón. En este contexto es difícil que haya hueco para la mentira (ojo, para la argumentación siempre hay espacio).

Desde luego hay excepciones, pero eso es la esencia del mundo.

Somos los encargados de velar por las cosas más mundanas. Sí, una pelea con el vecino lo es pero también afecta a tu día a día, hasta el punto de no dejarte conciliar el sueño. En fin, velamos por la seguridad en las relaciones jurídicas. Un mundo sin abogados podría ser maravilloso o un caos, quien sabe.

Por eso quiero reivindicar nuestra profesión, que muchas veces no conoce de la conciliación, por mucho que luchemos por ella. Recuerdo un meme (si, también hay jurídicos) publicado por mi querido (digitalmente) Amador Navarro que refleja muchos de los infortunios que nuestras parejas y amigos sufren y que recibimos nosotros como una bofetada en medio de una urgencia, un plazo, un fuego monumental o un brownie incalificable.

En él se ve a un chico hablando a una joven al oído y se acompaña de frases como: «No lo entiendo… ¿no hay otra persona que pueda hacer eso?” “¿Pero esas horas extras os las pagan?”. “Diles que estás de vacaciones y que no te molesten». «Apaga el móvil y listo…». La cara de la mujer, a la que le acompaña la etiqueta ‘Abogado’, es todo un poema. Por mucho que intente explicarlo, él no lo entendería.

Diré que aun siendo conocedores de todas estas opciones que nos brinda la vida, no apagamos el móvil, aguantamos estoicos la incomprensión y seguimos luchando por algo que amamos y con lo que tenemos vocación.

Termino esta defensa con Calamandrei cuando dijo “y si la tarde del día festivo, el abogado se encamina hacia el campo, no penséis que va a distraerse; tratad de seguirlo sin que de ello se perciba, y os daréis cuenta de que, cuando cree estar solo, su cara adquiere una expresión inspirada y sonriente, su mano se mueve dibujando un rotundo gesto inconsciente y sus labios, dirigiéndose a los árboles, confidentes habituales de los enamorados, repiten los susurros de su eterna pasión: «Señores de la Sala…»”.

El artículo original ha sido publicado en Confilegal, puedes leerlo a través del siguiente enlace: La cruz de la mentira y la alta traición en la abogacía

Un artículo de Cristina de Santiago.