Semanas atrás tuve la oportunidad de reunirme con un grupo de empresarios y de emprendedores para simplemente compartir pensamientos e ideas.
Esa clase de pensamientos que aburren a familiares y amigos, pero que te quitan el sueño los domingos y, siendo sincera, algunas noches.
Más allá de confirmar que somos muchos los que nos preocupamos por nuestro equipo me di cuenta de que todos, de alguna manera, queríamos mejorar el mundo: más sostenible, más humano, más moderno, más bonito e, incluso, más democrático. Compartimos sin filtros nuestras experiencias y nos vimos unidos por un mismo deseo: aprender y escarmentar en cabeza ajena. Hay muchas piedras en las que otros se han tropezado y de las que, con la empatía suficiente, puedes evitar caer tú también.
Con estas ideas resonando en mi cabeza, me he pasado varios días reflexionando. Terrible fama la que envuelve al empresario (y a la empresa, en general) en España. Tanto es así que el 75 % de nuestros jóvenes quiere ser funcionario, sin apellidos y sin profesión concreta. Funcionario como vocación de seguridad, de no arriesgar, de un horario fijo y sin demasiada pasión.
Esta generalización está llena de excepciones. Es evidente que jueces, magistrados, abogados del estado, por poner un ejemplo que conozco de cerca, han dado muchos años de su juventud por una vocación y por un deseo de mejora de lo público. No me refiero a eso.
Funcionario es un concepto indeterminado vinculado a una forma acomodaticia de vida, no es una profesión. Me recuerda esta aversión al riesgo de nuestros jóvenes a los versos de Sabina en el que una sociedad, adormecida, ha apostado por vacunarse contra el azar y tomar pastillas para no soñar, cada ocho horas. Y cuando nada hace efecto: Netflix, cada media hora.
La receta para recuperar los sueños y, de paso, un mundo mejor es un modelo 303 para el IVA, de toma trimestral. Ser empresario, emprendedor y autónomo es un medicamento casi milagroso contra el aburrimiento, el pesar y las quejas. Te levantas cada mañana sabedor de que eres responsable de ti mismo, de tu destino, de tus actos y de tu fortuna, ya no tienes a nadie contra el que luchar, ni puedes culpar a nadie más que a ti mismo.
Si eres un afortunado, algunas personas dependen de tus decisiones, sean buenas, malas o regulares. Es una sensación de responsabilidad muy grande y tengo la sensación de que generalmente incomprendida. En caso contrario, nuestros universitarios buscarían y encontrarían en el emprendimiento la llave para cambiar el mundo. Un lugar en el que hacer realidad sus sueños y en donde aterrizar en los grandes ideales que exigen y que no siempre predican.
No digo que sea fácil, ninguna decisión o vida que verdaderamente pueda ser digna de ser admirada tiene un camino asfaltado y lleno de flores. Dijo Dostoievski que solo pedía ser digno de sus sufrimientos y muchos días creo que los empresarios lo intentamos. Hay excepciones, como en todo, está claro. No hablo tampoco del empresario en extinción que no ha entendido que la sociedad ha cambiado, junto con las formas de trabajo y relación con el entorno. De estos ya no hay muchos.
Hablo de la enorme mayoría del tejido empresarial español, silenciada bien por la aversión que se escucha en los medios hacia las grandes empresas y al empresario. Solo se escucha una parte de la película y es muy impopular levantar una mano en defensa de los empresarios.
De hecho, estas líneas no son sencillas de escribir porque es difícil y quizás un poco raro, defender lo que es, a priori, una posición privilegiada. Pero es que también defiendo a los que lo han intentado y han fracasado; a los que han caído, perdido y caminado un camino muy oscuro. Porque son estos pasos los que marcan la diferencia.
Quiero por eso también defender el error, el fracaso y, con ello, el aprendizaje. Pensaba que ojalá triunfáramos a la primera, luego he dicho, qué poca gracia. Ojalá aprendamos, punto. Que, de hecho, triunfar sea levantarse y contarlo con la cabeza muy alta.
Me da pena que ese camino no sea atractivo ni reconocido. Que nuestros jóvenes solo conozcan una parte de la película, y que se esté olvidando que el esfuerzo es un ingrediente necesario y casi primordial en cualquier receta para una vida plena. Eso solo se aprende a base de intentarlo, aunque salga mal al principio, y se pierda el sueño y los ahorros.
Ya lo dijo Extremoduro: abrid los brazos, la mente y repartíos. Y añado yo: emprended y ensanchad el alma.
El artículo original ha sido publicado en Expansión, puedes leerlo a través del siguiente enlace: La vacuna para acabar con el miedo a emprender.
Un artículo de Cristina de Santiago.
Emprendimiento